jueves, 30 de septiembre de 2010

POR ESA PUERTA de Amado Nervo

Por esa puerta huyó diciendo :«¡nunca!»
Por esa puerta ha de volver un día ...
Al cerrar esa puerta dejo trunca
la hebra de oro de la esperanza mía.

Por esa puerta ha de volver un día.

Cada vez que el impulso de la brisa,
como una mano débil indecisa,
levemente sacude la vidriera,
palpita más aprisa, más aprisa,
mi corazón cobarde que la espera.

Desde mi mesa de trabajo veo
la puerta con que sueñan mis antojos
y acecha agazapando mi deseo
en el trémulo fondo de mis ojos.

¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo,
he de aguardar con la mirada incierta
a que Dios me devuelva compasivo
a la mujer que huyó por esa puerta?

¿Cuándo habrán de temblar esos cristales
empujados por sus manos ducales,
y, con su beso ha de llegar a ellas,
cual me llega en las noches invernales
el ósculo piadoso de una estrella?

¡Oh Señor!, ya la pálida está alerta;

¡oh Señor, cae la tarde ya en mi vía
y se congela mi esperanza yerta!

¡Oh, Señor, haz que se abra al fin la puerta
y entre por ella la adorada mía!...

¡Por esa puerta ha de volver un día!

Querer es una angustia, una pregunta,
una suspensa y luminosa duda;
es un necesitar saber todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin saberlo.

Querer es reconstruir, cuando te alejas,
tus pasos, tus silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.

Querer es una cólera secreta,
una helada y diabólica soberbia.

Querer es no dormir cuando en mi lecho
no sueñas entre mis brazos que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos te abandonas.

Querer es escuchar sobre tu pecho,
hasta colmar la oreja codiciosa,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.

Querer es absorber tu savia
y juntar nuestras bocas en un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre mis entrañas.

Querer es una envidia verde y muda,
una sutil y lúcida avaricia.

Querer es provocar el dulce instante
en que tu piel busca mi piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma muerte
provisional, desgarradora, oscura.

Querer es una sed, la de la llaga
que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia.

Querer es una insólita lujuria
y una gula voraz, siempre desierta.

Pero querer es también cerrar los ojos,
dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque querer es, al fin, una indolencia.

AMADO NERVO




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